Reconozco que esta frase que leí en un reportaje sobre los antinatalistas me recordó a la típica situación en la que unos padres reprenden a un adolescente, echándole en cara los sacrificios que implica tener un hijo, y el adolescente les responde gritando que nadie les había pedido que lo hicieran. Quizás tú mismo, que estás leyendo esto, te arrepientes ahora de haberlo dicho o pensado alguna vez cuando tenías unos cuantos años menos.

Sin embargo, para los antinatalistas esa no es una actitud de la adolescencia. Ellos defienden que ya somos demasiados en el planeta y ha llegado la hora de reducir la especie humana, paralizando nuestra reproducción. Incluso algunos piensan que el camino mejor por el que podamos optar es la extinción humana. Estos son algunos de sus argumentos: hay cosas buenas en la vida, sí, pero no compensan el dolor que se sufre en esta vida. Los seres humanos –enumeran– hemos provocado las peores guerras que han asolado el planeta, explotamos los recursos naturales sin control y dañando gravemente los ecosistemas, vivimos bajo un sistema económico que esclaviza y consume ferozmente, la vida que podemos ofrecer a la siguiente generación será siempre peor porque habrá menos recursos para repartir… «Vivir es sufrir, y quien no existe no sufre», esa es la premisa. Y la consecuencia considerar «que tener un hijo es un acto egoísta que responde sólo a los intereses de los progenitores». Sin pararse a pensar en que no hay nada más desinteresado que dar parte de tu vida para que surja otra, y nada más egoísta que guardártela para ti, y garantizar tu bienestar, sin asumir problemas. Sin complicarte.

Porque es verdad que en nuestro el mundo hay un enorme sufrimiento pero su gran, su terrible error, está en contemplar el mundo solo y exclusivamente desde el sufrimiento, obviando la presencia de todo aquello que el ser humano hace, ha hecho y seguirá haciendo, para hacer de este mundo un lugar confortable, por el que merece la pena seguir viviendo. El error es olvidarse de la capacidad de trabajar para parar ese sufrimiento, para acabar con él que tenemos. No es fácil. Es más fácil cruzarse de brazos y preferir no hacer nada, no aportar más vida a nuestro planeta. Pero no es imposible.

Nuestro mundo es demasiado amplio para mirar solo hacia un lado, un mundo demasiado complejo para quedarse de brazos cruzados.

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