Una mala noche la tiene cualquiera, pensó Yosef. Había estado inquieto y la frazada con que se había acurrucado tenía cercos de sudor ¡en pleno invierno! No, no había sido su mejor noche. Y mira que el niño es bueno: duerme como un bendito, come y duerme, pero lo había pasado realmente mal aquella noche.
Miriam se incorporaba a darle de mamar cuando lloriqueaba y él se despertaba con el trajín, pero esta noche pasada, ni eso. No los había sentido. Como si hubiera estado durmiendo entre ángeles, de lo lejos que se sentía de su mujer y el recién nacido.
Ahora le venía a la memoria algo de lo que había soñado por la noche. Sí, eran ráfagas entrecortadas que se le iban presentando una detrás de otra. «Teatro», lo llamaban los incircuncisos y los judíos helenizados que disfrutaban de esas representaciones monstruosas de personajes con máscaras. Eso era, había visto en sueños una máscara de rey, el célebre Herodes, déspota y crudelísimo al que no le importaba nada más que mantenerse en el poder.
Había soñado con semejante tirano, qué desagradable. Ello explicaría el sudor en la esterilla donde había pasado la noche. Miriam le había contado que lo escuchó hablar en sueños, como en mitad de una pesadilla. Que decía algo así como «Señor, ¿otra prueba más me vas a hacer pasar?». Y José braceaba, como si estuviera combatiendo con alguien en mitad de la noche, una lucha a brazo partido como la que tuvo Jacob o algo por el estilo.
Entonces lo recordó con trazos vívidos: el ángel que se le había acercado en sueños, la máscara del tirano que le había mostrado, la espada pendiendo sobre la cabeza del pequeño Yeshua, la persecución que les esperaba…
¿Por qué en sueños? Yosef siempre se hacía la misma pregunta. ¿Por qué el mensajero no se plantaba en mitad de la casa y le hablaba clarito como había hecho con Miriam? Ella se lo contó de pe a pa, pero él se extrañaba de que la única forma de comunicarse fuera a través de una pesadilla que lo ponía al borde del ataque de pánico.
Y no, no podía dejarse atenazar, no era momento de nervios. Ahora lo estaba recordando todo: tenían que quitarse de en medio cuanto antes porque el sátrapa de Herodes, celoso, buscaba al pequeñajo para matarlo. ¿Qué mal le había hecho el chiquirritín?
Yosef, Miriam y Yeshua partirían esa misma mañana como inmigrantes camino de Egipto. Sin saber qué sería de ellos, de qué comerían, en qué podría ganarse la vida, cómo se entendería con los patronos, a qué sinagoga acudiría… Ni en sueños se había figurado que tuvieran que emigrar. Como millones de personas que cruzaban las fronteras convencionales en pos de un futuro mejor para los suyos. Sólo había que confiar en el mensaje que le había transmitido el ángel en sueños. Pero ¿cómo saber que lo había interpretado correctamente? ¿Y si esperaba a una confirmación, a otra señal de YWHW más clara? ¿Y si no les daba tiempo a huir? ¿Y si llegaban los soldados del tetrarca?
Fatigado de la noche medio en vela, José pegó una cabezada mientras Miriam limpiaba al bebé. Cuando se despertó, el tirano todavía estaba allí.
Imagen: Alberto Pérez Rojas