Nuestra antropología nos conduce, de una forma u otra, a tener algo en que creer y a relacionarnos con un grupo de personas con las que podamos compartir nuestra creencia. A lo largo de la historia siempre hemos buscado una base para poder cumplir estos dos enunciados y hoy, volvemos a redescubrir que la naturaleza del ser humano no ha cambiado mucho. Partiendo de esta base, nos encontramos, en esta ‘era de la secularización’ con un grupo de sucedáneos que hacen las veces de lo que, antaño, hacía la religión.
Hace unos días leía testimonios de personas que forman parte de un equipo de crossfit que entrena en el mismo box (algo similar a un gimnasio). Daba la sensación de que esas personas formaban parte de una nueva comunidad de base o que se incorporaban a grupos católicos con cierto recorrido y experiencia.
Expresiones como «Vivo aquí», «Entreno seis días a la semana y busco cómo acomodarlo con mi trabajo», «no es solo el hecho de practicar deporte sino de formar una comunidad» indican que la vinculación es mucho más que la mera práctica deportiva. Ante la posible falta de vínculos que nos impiden conectar con lo más profundo de nuestra existencia, nuestro principio y fundamento, la naturaleza humana va buscando otros caminos que puedan vincular con algo en lo que creer, en lo que poder invertir tiempo, esfuerzo y sueños, donde poder encontrar respuestas a las preguntas que son lugares comunes en nuestra existencia. Cuando nuestra brújula existencial pierde la referencia de nuestro ser criaturas, de nuestro ser hijos de Dios, nos encontramos con que aquello que nos proporciona un espacio, un sentido y una comunidad se convierte en un falso sustituto de nuestra pretensión primera. Entonces es cuando surge el peligro de que esos reyes temporales, esas referencias efímeras, sean la respuesta a nuestra existencia.
No hay nada malo en poder crear una comunidad alrededor de un grupo de senderismo, un coro musical o un box de crossfit. No hay nada contraproducente en buscar la motivación y dejar nacer el deseo de dar el máximo de uno mismo en la práctica deportiva o en una actuación teatral. El problema aparece cuando convertimos eso en nuestra única referencia, cuando hacemos de eso nuestro pilar fundamental, cuando sustituimos lo absoluto por lo relativo.
El deporte (o cualquier otra actividad) puede ser lugar de encuentro con Dios, espacio para crear comunidad y camino para el crecimiento personal y espiritual, pero no un sustituto de todo ello.