Muchos son los deportes que se juegan en equipo, y la mayoría de los individuales tienen competiciones en la que se agrupan en clubs o por regiones geográficas (atletismo, gimnasia, tenis, golf…). Incluso en el deporte más individual que pudiese existir, el atleta se prepara en equipo con sus técnicos, médicos, preparadores físicos, etc. De aquí nace una serie de valores que nos hacen crecer como personas: el aprender a trabajar con otros, el comprometerse con una causa común, el perseverar juntos en unas rutinas que hacen que todo cobre sentido… Y es que, frente al individualismo que parece imperar en nuestros días, pocas cosas en la vida podemos hacer solos. Al final no es más que aprender a vivir que «soy porque somos». Y es que el deporte tiene la capacidad de evitar que alguien crea que puede hacerlo todo solo, enseñando la necesidad de compañeros.
San Pablo, escribiendo a los corintios, usó la imagen del cuerpo para hablar de la Iglesia. Imagen que recoge y expresa lo que la vida tiene de juego en equipo: «Como el cuerpo, siendo uno, tiene muchos miembros, y los miembros, siendo muchos, forman un solo cuerpo, así es el cuerpo de Cristo. Ahora bien, los miembros son muchos, el cuerpo es uno. No puede el ojo decir a la mano: No te necesito; ni la cabeza a los pies: No los necesito» (1Cor 12, 12; 20-21). Y es que cada miembro es único y contribuye de modo particular al equipo y, sin difuminarse el individuo en el conjunto, es valorado en su especificidad porque hace al bloque más fuerte. Los mejores equipos están hechos siempre de grandes individuos que no juegan para sí, sino que saben ponerse al servicio anteponiendo el éxito del conjunto al suyo propio.
San Pablo también resalta una dimensión en su metáfora: «Más aún, los miembros del cuerpo que se consideran más débiles son indispensables» (1Cor 12, 22). Jugar en equipo supone saberse parte de un cuerpo que hay que cuidar, llevando al reconocimiento y aceptación no sólo de las capacidades y limitaciones propias, sino también de las de los demás. Y no supone un mero respeto de la debilidad de los otros sino un mayor cuidado. Al igual que en el deporte, en la vida se vuelve necesario aprender a poner una mayor atención y apoyo sobre las personas con más dificultades, y esto ayuda a desarrollar la capacidad de no excluir a nadie y de vivir atento a las necesidades del otro, en especial de los últimos y más débiles. Y cuando se toma conciencia de que mi ‘equipo’ es más amplio que quienes hacen parte de mi vida diaria y se eleva la mirada, se abre la posibilidad de percibir y tomar conciencia de tantas realidades de pobreza y exclusión que existen, ayudando a posicionarse y comprometerse a favor y en servicio de las víctimas de nuestro mundo.