Acaba de salir una noticia que alerta de que el 50% del profesorado universitario fijo investiga poco o nada. Queda abierta la cuestión de si esta es una de las causas de las carencias de nuestro sistema universitario –una visión bastante pobre– o si debemos incluir a los profesores universitarios dentro de esa leyenda negra que considera que los funcionarios cobran mucho y trabajan poco –algo tan incierto como injusto–. Poco se habla de los incentivos o los presupuestos, la metodología, las leyes educativas, los bandazos políticos, la relación con el mercado laboral o la calidad del alumnado. Pero sobre todo emerge la cuestión de qué o, mejor dicho, cómo debería ser un buen profesor.

Hay tantos modelos de ser profesor como tipos de alumnos. Profesores que se dejan la vida por publicar e investigar de forma brillante y no saben dar una clase sin dormir al personal. Algunos que son magníficos pedagogos, pero se bloquean ante una pregunta un poco rigurosa. Otros son buenos en su campo y mejores personas, pero viven ajenos a la realidad y se quedan en una sobredosis de erudición. Y todos hemos conocido algún profesor que sabe mucho y explica bien, pero paga sus frustraciones personales con los alumnos que a veces no tienen la culpa bajo capa de una falsa exigencia.

Cada uno tiene su profesor ideal, aquel que era capaz de encender a los alumnos y despertar el interés por su asignatura. Pienso en todos los que he podido conocer –y alguno padecer– y me quedo con aquellos que sabían mucho y lograban transmitirlo con pasión y alegría, pero también con grandes dosis de humanidad y un pie en la realidad que siempre exige respuestas. Por mucho que se crean los alumnos, dar una clase no es nada fácil. Quizás el manual del profesor ideal no pasa tanto por el número de publicaciones, sino por descubrir la necesidad del conocimiento. No por transportar contenidos de forma aséptica sino por hacerlo vivo y recrearlo una y otra vez. Unir vocación con profesión. Los ejemplos los tenemos en nuestra vida, porque al fin y al cabo nadie olvida a un buen maestro.

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