Hace poco más de un mes, Jordi Évole entrevistaba a Nacho Vidal. Sin embargo, lo novedoso del asunto es que la entrevista no estaba tan dirigida a un actor pornográfico, como a una persona que se somete a un programa de rehabilitación por depresión y ansiedad en una clínica especializada.

«Yo he sido más años Nacho Vidal que Ignacio Jordà. Nacho Vidal es un personaje, un negocio». De este modo afirmaba por un lado que todo aquello que había realizado en sus películas era algo artificial e irreal, pero, al mismo tiempo dejaba entrever que el personaje de ficción había traspasado su propia identidad. De hecho, daba la impresión de que su deseo era que la terapia le ayudara a volver a ser Ignacio Jordà, a sabiendas de que para la mayoría de la gente seguiría siendo Nacho Vidal.

En un momento dado de la entrevista relataba cómo había sentido miedo al constatar cómo no sólo era él quien empezaba a no distinguir entre el personaje y la realidad. Sino que los jóvenes estaban traspasando a sus relaciones aquello que veían en sus películas. Es decir, estaban construyendo la realidad a través de una ficción que, en muchos casos, además de falsa era vejatoria hacia las mujeres y peligrosa.

Y es que la pornografía no es sólo un vicio, es un pecado. Y su industria oscura, peligrosa y dañina, deja víctimas por todos lados. Entre aquellos que la consumen y normalizan, pensando que se trata de algo corriente e inofensivo, sin ver los vicios y consecuencias que puede tener para sus vidas. Entre aquellos que la realizan y tratan de autoengañarse pensando que es un trabajo como otro cualquiera. Y, por supuesto, entre aquellos que la producen y mueven con ella enormes cantidades de dinero, sin mirar hacia el daño que provocan, o tratando de ocultarlo con falsos argumentos.

 

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