Porque en los libros se plasman sueños y decepciones, se comparte lo aprendido, lo sentido, lo equivocado, lo encontrado. Porque tal vez todos tengamos algo de islas. Pero si podemos compartir la palabra, la memoria, la historia, entonces tenemos mucha posibilidad de crecer, de continuar la obra creadora que un día se puso en nuestras manos. Imaginación, sabiduría, búsquedas… se van desplegando en las páginas de la gran biblioteca de la historia humana. Novelas o ensayos, ficciones o realidad, ciencia y especulación. En todo ello van volcando los seres humanos, sus anhelos más hondos, su ficción más atrevida y su verdad más desnuda.

El lector toma prestadas las palabras ajenas, y las convierte en propias. Entonces vuela, navega, se zambulle en otros universos. Gracias a los libros, podemos remar como un solo hombre, convertirnos en guardianes, poetas o prisioneros; podemos comprender que la patria cada uno la ve de maneras diferentes; resolvemos misterios; viajamos a la velocidad de la luz; vemos la cara más amable y también la más violenta del mundo; somos pacifistas o soldados, magos o frailes, vivimos en la corte del Rey Sol o construimos catedrales medievales. Viajamos por los desiertos, por las cumbres, por las calles de todas las ciudades. Creemos, y dudamos.

Pobre quien, con ignorancia sin culpa, alardea con un «a mí no me gusta leer». Porque, acaso sin saberlo, se le han cerrado las puertas de mil mundos que hubieran estado a su alcance.

Abre un libro. Zambúllete en sus páginas mientras dejas volar la imaginación. Completa, con tu talento, las escenas, los colores, los aromas, los rostros de los personajes. Y la palabra te hará fuerte.

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