¿Cuántas veces hemos dicho, “ojalá llegue el fin de semana”, “ojalá llegue el verano” u “ojalá llegue el día x”, solo para llegar a ese momento y volver a desear un momento futuro?. Este ciclo vicioso deja presente el descontento actual y la tendencia humana de buscar satisfacción en lo que vendrá, dando la sensación de no tener suficiente nunca.

Pendientes del futuro y obsesionados con objetivos concretos -aunque sea simplemente el de alcanzar un día-, es fácil olvidarse de la grandeza de los pequeños detalles, de las experiencias diarias y lo más preocupante, olvidarse de lo más importante: de nuestro horizonte. Ese horizonte que no es otro que Dios.

Este enfoque engañoso nos conduce a confundir la forma de vivir la vida. Y es que vivir la vida por objetivos no es lo mismo que vivirla por un horizonte. Y es, precisamente a vivir por objetivos, a lo que nos enfrentamos en una sociedad que nos invita a la ser el primero, a tener más, a correr en busca de logros y méritos que, en muchas ocasiones, al alcanzarlos, nos acaban dejando un vacío al cabo de poco tiempo.

Por ello, vivamos enfocados, y seamos conscientes de que con la mirada puesta en el horizonte, comprendemos que el verdadero valor de la vida está en el viaje mismo, en cada paso que damos, en cada día, y no en alcanzar simples metas. Así, comprendemos que la plenitud no se encuentra solo en alcanzar metas, sino en aprender a caminar el camino. Ni más ni menos.

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