Puede parecer una contradicción, ¿verdad? Pues muchas veces en el deporte, como en la vida, menos es más. De las primeras cosas que enseña un entrenador a un jugador cuando empieza en cualquier deporte colectivo en el que se utiliza un balón es que, ese balón, tiene que compartirlo con los otros jugadores el mayor tiempo posible.
El entrenador entiende perfectamente que el joven jugador disfrute golpeándolo, tratando de que los rivales no se lo arrebaten e incluso consiguiendo sus propias metas (por ejemplo: un gol o una canasta) pero una de las grandes enseñanzas es que, en los deportes colectivos con balón, cuanto menos tiempo tenga el balón una sola persona y más lo pase a sus compañeros, los resultados serán mejores. Esto es una batalla contra el ego, las aspiraciones personales y el orgullo, que no es fácil de combatir, pero la magia, el “éxito”, se esconde en el colectivo.
Algo parecido nos sucede en nuestra espiritualidad cristiana. Cuanto más compartimos tareas, responsabilidades e incluso la fe, más crece y se robustece nuestra creencia y, por tanto, nuestra Iglesia. Sé que parece una gran contradicción en este mundo donde el currículo personal es tan importante.
Así como en el deporte las transiciones rápidas de balón ayudan a conseguir el objetivo deseado, en nuestra espiritualidad, rezar juntos (o unos por otros), celebrar sacramentos juntos o colaborar con aquellos que comparten nuestras mismas creencias nos ayuda a entender mejor nuestra fe y a crecer en esperanza y caridad.
Necesitamos trabajar en equipo, desde los distintos carismas, sin protagonismos ni individualidades, poniendo en juego nuestros talentos y acogiendo los talentos de los demás, para poder conseguir el objetivo que buscamos que es seguir anunciando la Buena Noticia de Jesús. Aunque pueda parecer una contradicción: a menos individualidad más éxito evangélico.