El pasado 9 de junio Carlos Alcaraz recibió la Medalla de Oro de la comunidad de Murcia. Es el 8.º deportista reconocido con esta distinción, y la persona más joven en recibirla nunca. Vaya por delante una enhorabuena. Sin embargo, un reconocimiento como este me genera una pregunta: ¿No es algo prematuro?
Vayan por delante algunas razones que podrían justificar un galardón así a un joven de 19 años que está empezando su carrera. Es un ejemplo de esfuerzo, y de la importancia de prepararse con buenas dosis de renuncias y sacrificios –como sin duda habrá tenido quien ha pasado infancia y adolescencia condicionado por la preparación para ser un deportista de élite–. En lo que hemos visto este año, Carlos parece sensato, amable, discreto y, en el más puro sentido del término, ejemplar (se le puede poner como ejemplo de deportividad, de lucha, de gracia en la derrota y estilo en la victoria). Y sin duda, si se quiere que sea un ejemplo para los jóvenes, hay una cercanía que permite un acercamiento enorme. Sus declaraciones al recibir el premio siguen la misma línea de otras que le hemos escuchado. Humilde, agradecido, y deseando hacer las cosas bien. Nada que objetar a todo esto ni mucho menos a él.
Sin embargo, aquí van unos cuantos motivos por los que creo que es un reconocimiento prematuro. Es posible, y ojalá lo veamos pronto, que en los próximos años Carlos Alcaraz conquiste muchas metas que ahora aún son un sueño para él. Su primer Grand Slam, una Copa Davis, la gloria olímpica… Le veremos, seguramente, triunfar en pistas míticas como la Philipee-Chartrier en París, esperamos verlo coronado en el All England Club, en la Rod Laver Arena, en Flushing Meadows. Confío en que deje más destellos de esa humanidad sólida que ya deja ver en entrevistas en esta etapa. Ojalá todo esto ocurra. E incluso si no ocurre, o si tarda en ocurrir, si se torcieran las cosas, por la competencia, por las lesiones, o por lo que fuera, y no llega tan lejos como querríamos, o no llega tan pronto, aun así podríamos ver cómo reacciona ante la adversidad –que es también una gran escuela–. Y todo eso, probablemente, le hará acreedor de reconocimientos enormes. Y cuando, tras una trayectoria formidable como la que le deseamos, lleguen los reconocimientos y medallas, será por el camino recorrido y por lo conseguido, no por las expectativas.
Por mi parte, nada hay que objetar a Carlos Alcaraz. Le deseo lo mejor. Y entiendo además que, si en tu tierra y entre tu gente te dan un galardón como este, pues lo acoges, lo agradeces y lo aprecias. Sin embargo, mi objeción es hacia quienes han tomado esta decisión, probablemente popular, pero sin duda prematura. Se suben al carro del triunfo rápido, del corto plazo, de la inmediatez. Premian más las expectativas que el camino recorrido, más el instante que la trayectoria. Aprovechan para hacerse la foto con el ídolo del momento. Pero se precipitan. No digo que una medalla haya que darla solo en función de los éxitos o el palmarés. Pero sí me parece más razonable premiar las vidas vividas que las aún imaginadas, sin prisa ni humo.