El pasado 16 de enero el estado italiano logró una victoria histórica contra la Mafia. En un pequeño pueblo del sur de Sicilia fue detenido Matteo Messina Denaro (alias Diabolik) el mafioso más buscado por la justicia. Entre los policías italianos circula un viejo adagio: a un mafioso escondido siempre se le detiene cerca de su casa. Y se cumplió otra vez más: después de treinta años de pesquisas Messina Denaro fue capturado muy cerca de su pueblo natal en la entrada de la clínica oncológica donde desde hacía tiempo recibía tratamiento por un cáncer de páncreas. Se había registrado bajo la identidad falsa de Andrea Bonafede, un apellido un tanto «irónico» para alguien sobre el que pesan más de cincuenta asesinatos, incluidas mujeres embarazadas y niños, así como la preparación de una cadena de coches bomba que aterrorizó Italia a principios de los noventa. Se calcula que Denaro posee un patrimonio de más de 4000 millones de euros, aunque en el momento en el que fue apresado parecía más bien un abuelo de origen humilde.

Denaro es uno más en la lista de asesinos y criminales que desde los años sesenta amasaron auténticas fortunas con el tráfico de drogas y armas, la prostitución, el chantaje y la intimidación. La criminalidad organizada no entiende de razas, fronteras o continentes. El pecado contra Dios y contra el prójimo no es una teoría. Es algo tangible que mata a inocentes y arruina a sociedades enteras, a veces incluso con el beneplácito de políticos, cuerpos policiales, jueces y fiscales.

¿Cómo es posible que esa delincuencia últimamente se esté convirtiendo en un producto comercial? Últimamente algunas series han transformado a los narcotraficantes en gente popular y simpática, en fenómenos televisivos. Por internet se pueden comprar camisetas, tazas –y hasta peluches– de Pablo Escobar y no solo eso: en España existe una cadena de restaurantes con un nombre que –con poca gracia– incluye con la palabra «Mafia». Todo esto es un sinsentido. Los mafiosos son unos criminales, como lo eran los nazis o los jemeres rojos en Camboya. Ni películas, ni series, ni novelas. El pecado contra Dios y contra el prójimo no se blanquea, no se maquilla: se denuncia.

 

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