El padre Alarcón SJ alertaba de los peligros de perseguir la riqueza a toda costa: «Dicen que por el oro y los honores, / hombres sin fe, de corazón ruin, / secan el manantial de sus amores / y a su Dios y a su patria son traidores…» Llevado hasta el extremo más radical, la búsqueda insaciable de El Dorado puede conducir a las acciones más abyectas. El grupo paramilitar Wagner manifiesta claramente esta realidad. Los rublos mueven a miles de hombres a renegar de sus valores y a renunciar al amor en su vida, para asesinar, torturar y hacer la guerra. Y, como se comprobó en aquellas convulsas 24 horas del sábado, si es necesario también prenderán las llamas de rebelión contra el que contrate sus servicios. Nada importa salvo vender el alma al mejor postor.
Un postor que camina al borde del acantilado al depender de un ejército de asesinos a sueldo para realizar el trabajo sucio. Un paso en falso y sus mercenarios se vuelven en su contra. Es el precio que paga Putin por sus infames decisiones.
Pero no olvidemos que, como de costumbre, será la población civil la que realmente pague los platos rotos del juego del «oro y los honores». Y no sólo en el frente europeo, sino también en Siria, en el Sahel y en otros territorios donde operan los wagnerianos. La rebelión de los sicarios dejará aún más crucificados y un escenario más amenazante.
Que nunca se convierta el dinero en el motor último de la existencia. Las consecuencias son siempre nefastas.