En las últimas semanas, algunos criticaban que Pep Guardiola, actualmente entrenador del Manchester City, grabase un vídeo para Tsunami Democràtic en el que ponía de relieve su inconformidad con la sentencia del procés y apelaba al diálogo y a la vía pacífica como solución al conflicto político. Lo que sorprende es que, en algunos sectores, la crítica le viene no tanto por el contenido de sus palabras, sino por su profesión: ser entrenador de futbol. Y me pregunto, ¿por qué Guardiola no va a poder decir nada sobre el procés? ¿Acaso hay algún manual en el que se diga que por ser deportista no puedes expresar tus ideas? Guardiola, antes que entrenador, es catalán. Su pueblo es Santpedor, un municipio al norte de Manresa. Además, es buen amigo y conocedor de la cultura catalana. Entre sus amistades figuran personalidades tan destacables como Lluís Llach en el ámbito musical (uno de los exponentes de la Nova Cançó) o Miquel Martí i Pol, una de las figuras poéticas más importantes del siglo XX en Cataluña y que le dedica uno de sus poemarios a Guardiola y a su mujer Cristina; se trata del Llibre de les solituds (1997). Por todo ello, es injusto pensar que por ser entrenador de un equipo de futbol no tiene nada que decir. Porque su identidad no se reduce a su profesión, sino que es mucho mayor que esa: es hijo, hermano y amigo de muchos de los ciudadanos que viven en primera persona el conflicto catalán. Por no decir que es también padre, marido, etc. Esas son las cosas que conforman nuestra identidad y nos hacemos un flaco favor cuando reducimos lo que somos a una sola cosa. Porque es ahí cuando se articula el peligroso discurso del ellos y nosotros; un lenguaje que solo es capaz es de polarizar y dividir.

Algo parecido ocurre cuando se piensa en los religiosos. ¿Por qué un jesuita no va a poder compartir sus ideas o incluso expresarse políticamente? Sin duda, deberá hacerlo con el Evangelio en la mano, apelando a la prudencia y a la concordia y no sin preguntarse antes qué hubiese hecho Jesús. Pero detrás de cada vocación hay un nombre, una historia, relaciones, sueños, deseos, inquietudes… Yo no soy solo jesuita, soy también mi familia, mis heridas, mi ciudad, mis amigos, mis hobbies… Sí, todo ello configurado por una opción muy clara: la del seguimiento de Jesús en la Compañía. Pero ello no debería descartarme de la vida, sino adentrarme en ella con más profundidad. Y eso se traduce en poder expresar mi opinión en temas de actualidad, en acompañar a otros o, por qué no, en hablar de política. Cualquier otra cosa es injusta y cierra los círculos de conversación, los privatiza y no permite que se genere pensamiento crítico ni diálogo. Y por supuesto, también me da la libertad de no tener que decir necesariamente nada, pero por opción; no por imposición.

En el vídeo, Guardiola termina su discurso diciendo: «Lo reiteramos, en este marco solo hay un camino: sentarse y hablar. Sentarse y hablar». Tampoco yo creo que haya otro camino posible…

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