Con todas las polémicas que pasan a nuestro alrededor, parece que sólo hay dos opciones: o te metes, y te pringas; o te callas y permaneces al margen, haciendo verdad eso de ser dueño de mis silencios y no esclavo de mis palabras. A mí personalmente, me cuesta posicionarme, porque existen muchos puntos de vista y porque como jesuita trato con gentes que piensan una cosa y la contraria. Al final, por miedo o por no estar seguro, decido callarme. Pero esto no significa que deje de pensar.
Ante problemas muy difíciles, todos tienen algo de razón. La verdad no es tan obvia y necesitamos medios como el diálogo, que ayuden a aclararnos. El diálogo no entendido como lucha por ver quién tiene la razón, ni para ponernos de acuerdo acerca de quién está equivocado, sino como medio para encontrar la verdad y lo justo, que tanta falta nos hace. Quizás no es tiempo de decir mucho, quizás no es momento de hablar más de la cuenta, y sí de escuchar. Y no hablo sólo de Cataluña, que parece que sólo podemos hablar de eso. Me refiero a la cantidad de noticias que aparecen en los medios de comunicación y que están cargadas de intereses, de todo tipo, casi siempre alejados de la verdad. Desde política o noticias sobre nuestro equipo de fútbol a temas más complicados como el aborto o la eutanasia. Todos somos conscientes de lo diferente que es leer un periódico u otro, pero es más fácil bajar los brazos y discutir con los que piensan igual. Eso se nos da bien, aunque no es lo mejor.
Es tiempo de poner un poco de criterio, de que no valga todo, de no dejarnos llevar por soluciones a corto plazo que sólo sirvan a unos cuantos. Es tiempo de discernimiento, de respuestas razonadas, de más libros y menos tuits, de escucha, de más profundidad y menos respuestas improvisadas. Me callo, pero no me callo.