No creo que Malala Yusufzai conociera nunca el nombre de Marisela Escobedo, realidades, tiempos y contextos diferentes las distanciaban, pero ambas tienen cosas en común.
Malala a sus 14 años llevaba tres escribiendo un blog sobre la injusticia que cada día vivían las niñas en la escuela en Paquistán. ¿Os imagináis a vuestra hija o hermana con 12 años escribiendo sobre una injusticia social que ponía en riesgo su vida? Si esta niña no es símbolo y fuerza de lo importante que es luchar por un nosotros y no sólo por un yo, díganme.
Marisela les sonará menos, pero en estos días reproducían en el telediario su muerte en 2010 frente a la sede del Gobierno de Chihuahua, en México, como una imagen más. Marisela murió de un tiro en la cabeza para callarla, como a Malala. Llevaba años reclamando justicia por la muerte de su hija Rubí en 2008. Gritaba demasiado en medio de un país donde 98 de cada 100 delitos quedan impunes. ¿Se lo imaginan? 98 de cada 100.
Malala y Marisela son hoy, junto a Montserrat y Blanca que hace un año fueron secuestradas cuando se encontraban de misión con Médicos Sin Fronteras en campos de refugiados de Kenia, esos símbolos que necesitamos, los que expresan y alimentan las cosas más hondas que tocan al ser humano. El miedo no tiene la última palabra.