Las comparaciones siempre son odiosas pero resultan aún peores cuando se generaliza desde una total falta de empatía y de conocimiento de causa.

Cada generación sabe lo que ha vivido y, por mucho que lo intente, no puede ponerse en el lugar de otra precedente o posterior, simplemente porque la vida es una, como uno son el tiempo y el contexto.

Supongo que quien nos llama “los dueños de la nada” y arremete contra toda una generación, lo hace con desprecio y soberbia. Sin embargo, a mí me resulta un halago.

Efectivamente, no tenemos ni queremos nada de lo que tenían y querían generaciones anteriores. Quizás no tenemos hipotecas porque hemos aprendido la lección de las consecuencias que aún pagamos del estallido de una burbuja inmobiliaria que nosotros no creamos. Quizás no prestamos oídos a discursos arcaicos porque si “no nos representan”, nos permitimos cuestionar el sistema establecido.

No voy a entrar en el juego. No voy a generalizar ni a comparar, pero sí voy a defender la dignidad de una generación como todas las anteriores: con sus héroes y sus villanos, sus compromisos y sus egoísmos, sus paradigmas y sus luchas.

Por que crecer con los Balcanes en las noticias a diario nos convirtió en la generación del “No a la guerra”, en un país que no era el nuestro. Porque el consumismo salvaje de nuestra infancia nos hace ser la primera generación que lucha contra la obsolescencia programada. Porque el pasotismo del que se nos acusa, ha hecho de nosotros la generación de los indignados.

Una generación criada en y para un mundo que ya no existía cuando crecimos. Una generación llena de frustraciones y de deudas heredadas. Pero una generación rica en experiencias, en intercambios y en conocimientos. “La generación mejor preparada”, que no es dueña de nada visible, quizás porque “lo esencial es invisible a los ojos”.

Sólo hay que saber mirar. Porque en mi generación hay gente sale de su zona de confort a diario. Emprendedores que arriesgan su estabilidad por el sueño de un mundo más justo o de una educación integradora. Matrimonios que saltan al vacio del compromiso en un mundo en el que todo es temporal. Religiosos que apuestan por la entrega al otro, con obediencia, pobreza y castidad, en el mundo de la opulencia y el “todo vale”. Gente a miles de kilómetros de su hogar, tratando de llevar dignidad a los rincones más castigados. Y personas que dan lo mejor de sí mismas, sentadas en cualquier oficina.

Y si pertenezco a una generación que no es dueña de nada, bienvenida sea. Porque nada ha de ser nuestro, sino de todos, todo.

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PastoralSJ
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