Desde hace años, constantemente nos cruzamos con multitud de publicaciones, ensayos, blogs, podcast, artículos en prensa y por supuesto, si uno aguza el oído, cada dos por tres en la calle se escuchan comentarios referentes a ellos, los millennials. Las frases pueden considerarse ofensivas: «generación poco comprometida», «volubles, solo interesados por los likes», «han dejado de lado las humanidades», «exponen continuamente su vida en las redes sociales»… Líquidos, vulnerables, sin sentido de los grandes valores, faltos de un compromiso religioso y conducidos por una marea digital presidida por las fake news y los influencer.

Nacidos a partir del año 2000, parece como si todos los males internos que hoy sufre nuestra sociedad procedieran de estos jóvenes. Teniendo en cuenta que los más mayores de esta generación solo cuentan con 18 años, podríamos casi atrevernos a decir que lo único que hemos hecho con tantos análisis es estudiar la adolescencia.

Como jesuita llevo tiempo en contacto con grupos de jóvenes, el suficiente para afirmar que hay vida después de Bauman. Más bien parece que hemos pintado un autorretrato de nosotros mismos en lugar de dibujar el perfil de la generación venidera. Ellos no han sido culpables de los desastres del estado del bienestar, ni de las políticas educativas, ni siquiera de su relación con la tecnología. Como todos los niños, han construido su casa en el árbol con las herramientas y los materiales que les hemos dejado usar y han introducido en ella, en gran medida, lo que nosotros hemos señalado como importante.

Los mayores tenemos que entonar un mea culpa y preguntarnos: ¿por qué se fijan tanto los jóvenes en las estrellas de cine y televisión? ¿Por qué esa idolatría del cuerpo? y, sobre todo, ¿por qué sacrifican la búsqueda de su vocación ante el bienestar económico?

Con todo, creo que ante nosotros se abre una generación transparente, a la que no le importa compartir lo que hace ni tampoco expresar libremente lo que le gusta; una generación que ni huye ni le da miedo el trabajo en equipo; una generación en donde hay un fuerte respeto por la individualidad y el pensamiento de cada uno y, aunque sea minoritario, me he encontrado con personas que más allá de lo cultural buscan ser cristianos de verdad, buscando el misterio de Dios con cierta radicalidad, sin ser ajenos a las dificultades que implica una vida vivida con autenticidad. Quizá tendríamos que confiar en estos jóvenes millennials, animándolos a que se comprometan con la sociedad y dándoles el hilo para que cierren tantas heridas que nosotros hemos abierto y no somos capaces de cerrar.

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