Arturo Pérez- Reverte se ha hecho viral –una vez más– tras su entrevista en el late night El Hormiguero. Su tesis es que hay toda una generación que ha vivido entre algodones. Españoles que ya no sabrían sobrevivir a las guerras ni a las catástrofes porque nos hemos acostumbrado a resolverlo todo «enchufando un aparato». Que sucumbiremos ante los peligros del mundo, porque somos blanditos y de baja intensidad.
Algo de razón tiene, claro. Ante una generalización de tal calibre, uno solo puede decir que hay un puntito de verdad. Lo que también hay es un poquito de trazo grueso.
La generación a la que se refiere el escritor, claro, es la mía –y posteriores–. Sin embargo, Pérez-Reverte olvida mencionar dos ideas: la primera es que esa generación criada entre algodones es hija de una generación que decidió tratar a los jóvenes como adolescentes hasta prácticamente los 30 años, a los que se les ha arrebatado –con muy buena intención– el derecho a equivocarse mucho y por sus propios medios.
También olvida añadir que, precisamente, la generación de la que provienen Pérez-Reverte, mis padres, quizá alguno de ustedes… vivió los años de mayor abundancia no ya del siglo XX, sino de la Historia de la Humanidad. Hoy, las perspectivas de los jóvenes en los estados del Primer Mundo son mucho más oscuras que las de los jóvenes en los 70, los 80 o los 90. Quizá por eso hay asuntos por los que muchos renuncian (o renunciamos) a involucrarnos: como el interés político, el interés social, el ejército, etc. Esto es solo un diagnóstico.
Ahora bien. Yo también he visto a muchos de mi generación corriendo la carrera, pasándolo mal, bien o regular, pero haciendo de sus vidas, entrega. Hay cientos, miles de jóvenes que, con el horizonte oscurecido por la falta de oportunidades, la perpetua crisis económica y la guerra en ciernes –si nada lo remedia– siguen dando respuestas a los retos de hoy. No sé si más heroicas o menos, pero que están ahí. Una generación preocupada de su entorno, de la salud mental y de los suyos, de no poner el trabajo por encima de la vida, de no juzgar a los amigos. Y todo eso también nos prepara para guerras –literales o literarias–.
Ojalá los jóvenes de hoy ni de mañana tengamos que vivir una guerra, ni una posguerra, ni una dictadura, ni una transición. Pero hoy el mundo no es más amable que ayer, ni menos.
Echo de menos más mensajes del tipo «no vais tan mal», y algo menos de crítica descarnada. Quizá haya que dejar de un lado las brechas generacionales que, hasta ahora, solo han llevado a polarizar la sociedad un poco más.
Pero si no lo dice Pérez-Reverte (con toda la admiración que le tengo), lo digo yo: chavales, no vamos tan mal. Se puede ir mejor y, estoy seguro, ya estamos trabajando en ello. Pero no vamos tan mal.