Más de 500 millones de euros es la cifra que ha hecho que Jon Rahm tome la decisión de dejar el PGA Tour, el circuito de golf americano, y formar parte del LIV, circuito de golf árabe.

No ha sido solamente Jon Rahm, sino que numerosas estrellas del deporte lo está haciendo. Estas decisiones han desatado numerosas opiniones, pero realmente lo que más debería preocuparnos de esto es la tendencia determinada por las enormes sumas de dinero ofrecidas por Oriente, que parecen eclipsar consideraciones éticas y principios fundamentales que estos países no suelen cumplir, por no hablar de cómo la competitividad y la nobleza del deporte quedan en el olvido.

La mayoría de los países que financian este tipo incluyen restricciones significativas a las libertades individuales y derechos humanos. Tal y como puede verse en las limitaciones a la libertad de expresión, la falta de derechos para las mujeres, la falta de derechos para los homosexuales y los castigos severos que pueden darse por el incumplimiento de sus normas.

Debido a ello se blanquean modos en estos países y, gracias al dinero y a la compra del talento, consiguen que todas estas vulneraciones queden en un segundo plano y se normalicen los eventos, como lo fue el Mundial de Qatar.

Esto plantea interrogantes sobre la integridad de los valores éticos y morales que los deportistas deberían representar, ya que parecen ceder ante la irresistible atracción del poder timocrático, y que nos hace preguntarnos: ¿es necesario llegar a este punto? O dicho de otra forma, ¿en qué punto va a parar? ¿Todo vale por dinero?

 

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