Maltrato psicológico, sustancias químicas que tienen efectos terribles para el cuerpo, espionaje, chantajes, sobornos, sumas millonarias… En las últimas semanas nos estamos enterando de que todo esto vale para conseguir buenos resultados deportivos. Y es que no hay semana que no salte algún escándalo, y casi ningún deporte se libra.
Es verdad que el deporte mueve resortes que van más allá de la razón. ¿Quién no se ha emocionado viendo a su equipo o a su tenista favorito ganar un campeonato? Imagino que cuando uno entrena horas todos los días sin parar con el objetivo de ir superándose lo más importante es poder triunfar en la siguiente competición. Pero, ¿vale todo para lograr batir un record? ¿Hay que ganar a toda costa?
Me imagino que para los deportistas de élite será fuerte la tentación de recurrir a métodos no del todo limpios si eso facilita lograr llegar el primero a la meta. En el fondo es la dificultad de aceptar los propios límites. Y esto, igual que a los deportistas, nos pasa a todos. Qué duro resulta chocar con nuestras propias limitaciones, ver qué no llegamos a donde queremos, que no podemos hacer todo lo que nos gustaría. Es duro. Pero hay alternativas al doping. Cuando uno acepta e incluso abraza su pequeñez y su limitación se siente liberado. Cuando miramos con humor nuestras carencias somos incluso capaces de mirar con amor las de los otros. No es fácil, pero merece la pena.