En algunas ocasiones lo que más nos moviliza del deporte tiene que ver con las rivalidades que se van alimentando fruto de la competitividad. El Clásico es seguido por millones de personas alrededor del mundo. Las luchas entre Rossi y Pedrosa o Schumacher y Alonso nos hicieron a no pocos pasar los fines de semana pendientes de deportes que hasta entonces no tenían un seguimiento tan masivo.
Puede que sea el toque épico que acaban teniendo esos enfrentamientos, el ver a nuestros héroes cara a cara, uno frente al otro, buscando coronarse por encima del otro. Buscando la victoria, en definitiva. Y si es sobre el rival histórico, mejor. Porque así añadimos una página más a la gloriosa historia de nuestro equipo, de nuestro ídolo, o de nuestro país. Sin embargo, esta semana dos grandes tenistas de nuestra época nos han enseñado que ese no es el único camino por el que se puede escribir una página más en la historia del deporte. Y la diferencia ha sido que por primera vez no hay perdedor. Porque no lo han hecho uno frente al otro, si no ambos juntos, del mismo lado de la pista.
Nadal y Federer nos han enseñado mucho de deporte, de superación, de esfuerzo, de coraje, de humildad. Pero quizás su lección más grande la han dado estos días, mostrándonos que, por encima de la competición, la victoria, los títulos, el deporte es camino de unión. Que podemos elegir con qué nos quedamos, con la soledad de movernos en la dinámica de vencedores y vencidos, o con la amistad que surge del disfrutar del deporte a fondo, respetando y admirando al rival, buscando no machacarlo sino aprender de él. Sabiendo, cómo nos han enseñado esta semana Nadal y Federer que no hay título que se pueda cambiar por una verdadera amistad surgida de compartir una pasión común.