Carlos Alcaraz acaba de ganar su primer Roland Garros, una copa demasiado familiar que nos reconcilia con tantos segundos domingos de junio frente al televisor, año tras año. Una copa que nos emociona y que nos remite a las entrañas más profundas del deporte y hace verdad aquella frase que luce en la pista Philippe Chatrier de París: “la victoria pertenece a los más tenaces”.

En un tiempo en el que hacen falta modelos y referentes para las personas, el deporte nos recuerda que aspectos en ocasiones despreciados como el sacrificio, el esfuerzo, la frustración, el espíritu competitivo y la sana ambición en aras de un bien mayor siguen teniendo sentido hoy en día, y que continúan siendo tan necesarios como atractivos para mucha gente. Y es que en el deporte siguen latiendo intuiciones espirituales que nos remiten a la mejor versión del ser humano, como si del mejor humanismo se tratase.

El deporte sigue siendo lo más importante de las cosas menos importantes, pero por eso mismo podemos encontrar en la nobleza del tenis -en este caso- una escuela de vida y un espacio donde poder emocionarnos. Un lugar donde aprender y poder convertirnos en mejores personas, para que cuando lleguen los partidos más importantes de nuestra vida -que tarde o temprano acaban por llegar-, logremos estar en buena forma, ya nos toque ganar o ya nos toque perder.

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