Ahora que se esperan tantos desplazamientos en coches sería bueno recordar la importancia que tienen los límites de velocidad en las carreteras (y en la vida). Algunas de estas limitaciones nos parecen exageradas y otras no, pero no nos queda otra que reconocer y asumir que, dependiendo de por qué carretera transitemos, las velocidades podrán ser muy variables, desde 30 km/h hasta 120 km/h. Todo ello es consecuencia del tipo de carretera por el que vamos y los peligros que entraña.

De los límites de velocidad podemos sacar una enseñanza para las relaciones que establecemos –por propia voluntad o por obligación– con los demás.

Hay relaciones que nos permiten una conducción cómoda, segura y además a «una buena velocidad» que hace que todo fluya, pero también hay relaciones que nos limitan «la velocidad» por la complejidad de las formas de ser, por no ser compatibles… y hacen que la conducción sea más dificultosa.

Por todo ello es importante que aceptemos –igual que debemos hacerlo con los límites de velocidad– que cada relación y cada persona con la que entramos en contacto en la vida nos lleva a unos límites: por la falta de sintonía, por la falta de confianza, por estar en momentos diferentes, por el desconocimiento… y otras relaciones se convierten en un viaje en el que vamos cómodos, seguros, que nos ayuda a crecer y en el que disfrutamos.

Debemos tener presente que es necesario respetar la libertad de cada persona, igual que los límites de velocidad, porque saltarse los límites de velocidad y forzar las relaciones, nos lleva siempre a tener una mala consecuencia.

Aprendamos por ello a aceptar la libertad de ser hijos de Dios no solo en cada uno de nosotros, sino en los demás al estilo de Jesús que vino a dar vida pero sin imponer, a ofrecer sin obligar, respetando al máximo a cada persona.

¡Buen viaje!

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