A mí el libro me ha parecido, sencillamente, una joyita. Hasta el punto de resultarme complicado añadir más palabras a lo que ya dice. Invito a adentrarse en él, sin más, y dejarnos llevar por el camino que nos propone. Un camino en el que vida y muerte, muerte y vida, están menos separados de lo que a veces pensamos y vivimos. Solo señalo, brevemente, tres cosas:
• La importancia que Horvilleur da a la narración. Cada vez somos más conscientes de lo que nos ayudan los relatos a entender y relacionarnos mejor con la realidad.
• Me ha resultado interesante, como religioso cristiano, acercarme a la vivencia de una mujer rabina que acompaña a quienes han perdido un ser querido. Cómo se sitúa, cómo intenta ponerse a la escucha, cómo confía en el poder del silencio y, cuando toca, de la palabra.
• Creo que el libro está lleno de sabiduría. Está todo medido, no hay palabras banales para llenar artificialmente el vacío. Pero, a la vez, hay un gran margen para vivir con consuelo el enorme interrogante que supone la muerte.
«Nos complace pensar que las paredes son herméticas, que la vida y la muerte están bien separadas y que los vivos y los muertos no han de cruzarse. ¿Y si en realidad no hicieran otra cosa?»