Julián quiso escribir este libro como Miguel Hernández sus versos, como un canto de esperanza construida desde la solidaridad y el coraje. No es una novela, aunque haya belleza literaria en sus páginas; es la narración de la vida misma, frágil y fuerte, cruda y llena de ternura. Como dijo Bertolt Brech: «Hay hombres que luchan un día y son buenos…, pero hay quienes luchan toda la vida… Esos son los imprescindibles». Julián Carlos es uno de ellos.
«Jesús, un amigo común, muerto de sida hace un año, nos decía en sus últimos días: “Las personas podemos llegar a ser invulnerables al odio, a la calle, a la tortura o a la cárcel; resistimos todas las perrerías, que hasta nos endurecen; pero el cariño y el perdón pueden con los más duros callos del corazón; los seres humanos no estamos programados para resistir la ternura incondicional”. Otro amigo común, del mismo nombre, hace dos mil años ya lo había intuido y practicado»