Rosario es la única voz de este relato, una perspicaz y reflexiva barrendera de Madrid. Milagros es su amiga y compañera de trabajo, ser monstruoso con un delicado sentido de la compasión. Ambas, marcadas desde la infancia, pasan los días de sus «vulgares» vidas con un presente que va naciendo día a día con matices cada vez más intensos: las relaciones amorosas y personales, sus sueños, su fe, sus miedos… Un retrato fiel y escalofriante de la condición humana, donde las heridas profundas de la vida encuentran su ungüento salvador en los amaneceres de la gran ciudad, la sonrisa de las cinco de la mañana o en una palabra a tiempo.
«Sí, creo en Dios. No veo por qué, no me importa volver a repetirlo, eso tiene que ser incompatible con todo lo que he dicho. Creo en Dios, hablo con él y muchas veces le he preguntado: por qué a mí. Y me ha costado muchos años encontrar la respuesta. Creo que la he encontrado».