Podría ser un cuento más, de aquellos que comienzan “érase una vez en un reino muy muy lejano” (el reino de Olar), pero más bien es una novela inmensa: a ratos luminosa y a ratos oscura. Sus protagonistas nos van envolviendo: Ardid, la niña sureña llamada a ser reina; un rey que lo es por casualidad; y en torno a ellos una corte de personajes que a ratos cautivan y en otros inquietan… Una profunda y originalísima reflexión sobre la naturaleza humana con toda su grandeza y sus ambigüedades
“Gudú trepó escaleras arriba hacia la noche, que se había apoderado de cuanto alcanzaban sus ojos. Impelido por un deseo acuciante que ni siquiera podía explicarse, ascendió a la torre más alta del Castillo Negro, allí donde los vigías oteaban el confín más alejado del horizonte, al acecho de posibles amigos o enemigos. Rechazó toda compañía –incluido el propio vigía- y se enfrentó, solo, a la gran tiniebla del mundo, a la enorme y oscura pregunta de lo desconocido. Se sintió solo bajo la inmensidad de un cielo que parecía ignorar o despreciar palabras o memoria, que anulaba o reducía a la nada las innumerables sabidurías anteriores –presentidas, leídas, o totalmente desconocidas-… Un escalofrío le atravesó, como un rayo. Si no hubiera tenido tan clara conciencia de haber nacido rey, se habría arrodillado.”