A lo largo de este breve ensayo, José María Torralba profundiza en la «educación liberal». Un título que puede sorprender, pero que remite a una denominación propia de la educación humanista –es decir, no se refiere para nada a la propuesta económica–, eje vertebrador del libro. En sus páginas, el lector podrá encontrar una buena reflexión, basada en la tradición y en su experiencia como docente, sobre la educación universitaria a ambos lados del Atlántico y su lugar en un mundo cada vez más complejo y superficial.
Aunque está enfocado al mundo universitario, abre el debate y la reflexión sobre el modo de educar en nuestras sociedades, y la función que los centros de educación superior cumplen en ella. Fácilmente, pueden surgir varias preguntas sobre el modo de educar en otros niveles del sistema educativo y nos cuestiona sobre lo que queremos realmente. En definitiva, a qué le damos importancia como sociedad.
El camino que propone el autor no es una vuelta al pasado. Más bien recorre sus raíces a través de la importancia de los grandes clásicos, para mostrarnos la necesidad de recordar la profundidad y el anhelo de verdad, y que el objetivo pasa ante todo por formar personas antes que acumular conocimientos y tecnificación. Se puede estar o no de acuerdo, pero es bastante sugerente e invita a reflexionar, que es ya de por sí tan importante como necesario.
«La educación liberal es una educación para la verdad, en todas sus dimensiones. En la universidad, la verdad (y no la utilidad, el interés o el poder) debería ser la única moneda válida. El relativismo imperante no ayuda, porque conduce a que la vida del estudiante (o del profesor) se desarrolle en esferas independientes: lo académico, o profesional o social, y lo personal. Las verdades de un ámbito no comunican con las de los otros. Falta unidad vital.»