Sencillamente porque trata un tema de rigurosa actualidad y analiza desde un punto de vista muy sugerente el pasado, el presente y el futuro de la educación, con el deseo de formar personas sólidas en un mundo cambiante. Asimismo, hace una descripción muy acertada de lo que se vive en nuestra sociedad y los grandes problemas que esto despierta. Y aunque es legítimo diferir en algunos de sus planteamientos, abre cuestiones actuales como el uso de las pantallas o la cultura de la cancelación. Se trata, pues, de un ensayo tan sugerente como necesario para todo aquel que esté interesado por la educación de los jóvenes.
«Algo terrible está pasando con los adolescentes estadounidenses, como podemos ver en las estadísticas sobre depresión, ansiedad y suicidios. Algo malo está pasando en muchos campus universitarios, como podemos ver en el auge de la cultura de la acusación pública, en unos mayores intentos de que se retiren invitaciones o de acallar a los oradores visitantes, y en el cambio de las normas sobre los actos de expresión, incluida una reciente tendencia a evaluar el lenguaje en términos de seguridad y peligro. Esta nueva cultura de la ultraseguridad y el proteccionismo vindicativo perjudican a los estudiantes y a las universidades. ¿Qué podemos hacer para cambiar el rumbo?»