En una Europa medieval azotada por la peste, dos seres excepcionales coinciden en un vértice del mundo, un apacible monasterio alemán. Sol y sombra, acción y reacción, fuego y agua, azúcar y sal, se complementan y se oponen, como casi todos los elementos de nuestra personalidad. Narciso y Goldmundo representan arquetípicamente la pasión y la razón, la búsqueda ansiosa y el saber sosegado, la cara y la cruz de nuestra intimidad. Narración especular en que nos reconoceremos unas veces con regocijo y otras con un cierto temblor distante. Hermann Hesse volcó su alma de artista en esta novela. No va simplemente de opuestos, porque éstos, normalmente, conviven juntos bajo el mismo techo. Se trata más bien de una reflexión certera sobre esas capas de la vida con las que contamos pero a las que no solemos dar nombre, la mayoría de las veces, porque son tan profundas que no sabemos cómo acceder a ellas.
“¿Lograría salvar algo de este mundo interior, trasladándolo fuera? ¿O debía contentarse con seguir amontonando nuevas ciudades, nuevos paisajes, nuevas mujeres, nuevas experiencias, nuevas imágenes, sin obtener de todo ello otra cosa que esta desasosegada, a la vez torturante y hermosa, llenura del corazón? ¡Era realmente indignante la manera como la vida se mofaba de uno, era cosa para reír y llorar!”