Todo esto lo consiguió José Mauro de Vasconcelos al narrar en primera persona la infancia de Zezé, un muchacho pícaro, tierno, divertido y temerario, en un contexto de pobreza, desolación y supervivencia. Alguno de los capítulos mantienen al lector clavado, leyendo, absorbiendo la pasión, la alegría, la esperanza o la angustia de Zezé cuando canta por la calle, cuando descubre la amistad, cuando busca desesperadamente expresar su cariño hacia un padre agobiado por el paro. Un libro que es mejor leer despacio, porque uno querría que no se acabara.
Ternura, golpes, risas, lágrimas, heridas y curas. Palabras hirientes y otras acogedoras. Ilusiones cumplidas y otras acabadas. Regalos deseados que nunca llegan, y sorpresas que, por inesperadas, se vuelven más alegres. Flores robadas con la mejor intención. Enemigos amenazadores que se vuelven amigos. Y una planta de naranja-lima que es confidente de tantas aventuras.