Los descubrimientos que sobre Dios va haciendo nuestro protagonista y las decisiones a que esos descubrimientos le conducen son tan contundentes y tan auténticas que a uno le entran ganas de ser creyente y abandonarse como él a ese Dios siempre novedoso y sorprendente. Pero además de faro encendido para todo buscador de Dios en esta noche que atravesamos, el itinerario espiritual de Charles de Foucauld es también guía para esa vuelta a lo esencial que nuestra vida eclesial y de fe tiene que emprender con urgencia: poner los ojos en Jesús y desde el conocimiento interno de Él no tenerle miedo a los desiertos de asfalto (que no de arena en el que nuestro protagonista gastó su vida) en los que hoy nos toca anunciarle.
“Una vida comienza a ser interesante cuando hay alguien que ante ella se pregunta: pero ¿no estará derrochando sus facultades? Pero ¿no será un desperdicio lo que hace? Si una vida no suscita en alguien esta pregunta es que el sendero por el que transcurre es demasiado convencional. No es que lo convencional sea pernicioso, claro; pero nunca, nunca es el camino de Dios. Cualquier vida guiada por Dios resulta siempre excepcional” (p. 184).