Una vez más, distopías. Parece que es un género de esta década nuestra la mirada sombría al futuro. Ya sea en películas, en series de televisión o en libros. Están las fantasías de zombies (que tienen, en todo caso, algo de metáfora), las miradas políticas a la sociedad (pensemos en «El cuento de la criada»), todas las miradas sombrías a los efectos de la tecnología («Black Mirror»), y los relatos post-acopalípticos. Tras algún tipo de catástrofe (nuclear, ecológica, sanitaria) el mundo ya no es lo que era. Esta novela es de este tipo. No se sabe cuál es exactamente el evento que ha precipitado los acontecimientos, aquí denominado el Cambio, pero la sociedad es dura, fría, hostil. Los jóvenes, obligados a lidiar con las consecuencias del caos, culpan a los mayores que no fueron capaces de evitar la catástrofe. El Muro es el espacio que divide la sociedad entre nosotros y Los Otros. La crisis demográfica brutal se hace notar.
La novela está bien escrita. Apunta a grandes temas como la exclusión, la violencia, la soledad, la incomunicación, la alteridad… Es verdad que para tocar estos temas en profundidad tendría que ser una obra mucho mayor, y aquí, en una novela de apenas 300 páginas, se esboza. Lo más interesante son algunas reflexiones que se van intercalando sobre vivencias muy humanas. Y, sobre todo, el escenario de este mundo de frontera. Las tres partes de la novela: El Muro, Los Otros, el Mar reflejan muy bien esta dinámica de aislamiento, indiferencia y dureza que se nos va instalando.
La novela te deja un regusto terrible, amargo, difícil. Pero te hace pensar en el mundo que estamos creando. Y pensar es, hoy, cada vez más urgente.
«De pronto lo entendí. La madre de Hifa era una de esas personas a las que les gusta que la vida gire toda en torno a ellas. Con el Cambio, esa es una creencia difícil de sostener; requiere mucho más esfuerzo pensar que la vida gira en torno a ti cuando la vida humana al completo está patas arriba, cuanto todo ha cambiado irrevocablemente para todo el mundo. Es posible, por supuesto que es posible, porque la gente puede hacer lo que se le antoje con su mente y con su idea de sí misma, pero lleva trabajo, y solo cierto tipo de personas excepcionalmente egocéntricas son capaces de ello. Quieren ser el centro de toda la tragedia, de toda la compasión y de todas las historias. Estaba claro que no le gustaba nada que los jóvenes se hubiesen puesto universalmente de acuerdo para tenerlo peor que su generación…» (p. 155)