Ojalá los agentes tecnológicos esperanzados no hagan caso omiso de todas las señales que apuntan en una nefasta dirección digital. Ojalá seamos capaces, como humanidad en su conjunto y en la vida particular de cada uno, de sacar el máximo partido a cada avance tecnológico con las prioridades humanas, personales y sociales bien puestas. Este libro ayuda a eso precisamente: a resituar, a no dejarse llevar por la complacencia inmediata, por el destello fulgurante de promesas imposibles. Además, está escrito de un modo bellamente inesperado, que destila inteligencia en las imágenes y en el recurso constante de palabras para desentrañar la carga existencia de lo que está ocurriendo.
Sólo se detiene el caminante, quien atraviesa escenarios reales y es alterado por ellos. Pero nuestra inteligencia social media está carcomida por un retiro espacial, y una aceleración virtual, que también nos impiden pararnos. Nuestra velocidad no tiene corazón. Corriendo de un lugar a otro, de una novedad en otra, el nomadismo cerebral es nuestra forma de crueldad, también de apartheid y de defensa. La velocidad temporal constante nos defiende de la detención espacial y la contemplación que serían necesarias para sentir, pensar y saber algo distinto. (p. 55)