Durante los cinco domingos de Cuaresma, cada uno de los tres ciclos litúrgicos ofrece una catequesis sobre la historia de la salvación, como tradicionalmente se hacía en la Iglesia primitiva, que dedicaba la Cuaresma a la preparación de los catecúmenos que iban a recibir el bautismo la noche de Pascua. Repasamos los principales hitos ofrecidos por esta catequesis de los cinco domingos cuaresmales del ciclo B, correspondiente a este año 2024.
El primer acto salvador de Dios para la humanidad fue la creación. Por eso el primer domingo se lee la alianza de Dios con Noé tras el diluvio que supuso la renovación de la creación (Gén 9, 8-15). Este pacto de Dios con los hombres salvados del diluvio alcanza también a todos los animales que salieron del arca. Dios es el creador de todo y garantiza por este pacto la estabilidad del orden cósmico de modo que el hombre pueda vivir en paz sobre la tierra. El arcoíris, que aparece en el cielo después de la lluvia, es el signo de ese pacto divino.
En el segundo domingo se nos relata el sacrificio de Abraham, nuestro padre en la fe (Gén 22, 1-2.9-13.15-18). Abraham siempre se fio de Dios. Este domingo se narra el acto supremo de confianza en Dios por parte de Abraham. Abraham se puso en manos de Dios y le obedeció, aunque no debió de entender el mandato de Dios dado que le exigía el sacrifico de su hijo Isaac, el hijo de la promesa. Dios probó así la fidelidad de Abraham y le premió con la promesa de una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo y la arena de la playa. En este episodio Isaac se convierte en figura de Jesús: así como Isaac se dejó atar para ser ofrecido en sacrificio también Jesús fue llevado a la cruz como oveja que no abrió la boca para ofrecer su vida en sacrificio por toda la humanidad.
El tercer domingo nos cuenta la entrega de los diez mandamientos por parte de Dios a Moisés en el monte Sinaí (Ex 20, 1-17). Durante los cuarenta años que los israelitas caminaron por el desierto, tras su salida de Egipto, Dios los transformó de una horda de esclavos, huidos de la opresión del faraón, en el pueblo de Dios. Para ello era imprescindible que se comportaran unos con otros de acuerdo con la voluntad de Dios y establecieran entre sí unas relaciones basadas en la justicia. Los diez mandamientos son el código básico de las exigencias para establecer unas relaciones humanas justas. Obviamente los cristianos hemos no sólo de cumplir sino también superar con nuestro comportamiento estas exigencias, pues no nos podemos conformar con no hacer el mal –la mayor parte de los diez mandamientos son preceptos negativos– sino que hemos de hacer el bien, basando nuestro comportamiento en el nuevo mandamiento de Jesús, que es el mandamiento del amor.
El cuarto domingo se nos revela la ira y la misericordia de Dios manifestadas en la deportación del pueblo a Babilonia y su posterior liberación (2Cro 3, 14-16.19-23). La deportación a Babilonia es entendida por los autores bíblicos como un castigo de Dios. Pero por ser castigo es precisamente una actuación amorosa de Dios. Dios castiga a su pueblo para llevarle a la conversión. Una vez que el pueblo de Dios reconoce y confiesa su pecado, Dios vuelve a ejercer su misericordia con él restaurándolo en la tierra prometida.
Finalmente, el quinto y último domingo se nos anuncia, por medio del profeta Jeremías, la nueva y definitiva alianza que Dios sellará con su pueblo (Jer 31, 31-34). Esta alianza nueva no será como la antigua, que fue rota por el pueblo de Israel, sino que la nueva alianza será eterna ya que nadie la podrá romper puesto que ha sido sellada en la sangre de Cristo. Jesucristo, como dice san Pablo (2Cor 1,19), «no fue sí y no, sino que en él sólo hubo sí». El pueblo de Israel había dicho sí a Dios cuando por medio de Josué (Jos, 24) le propuso su alianza; más tarde Israel rompió la alianza. lo que le valió el castigo de Dios para llamarle a la conversión. Pero la alianza en la sangre de Cristo sólo ha sido sí. Por eso Jesucristo ofreció a Dios Padre el sacrificio de su vida de una vez para siempre (Hebr 7, 27; 9,12; 10,10). Los cristianos tratamos de reproducir en la cuaresma el itinerario del pueblo de Israel para llegar a ser, unidos a Jesús, no primero sí y luego no, sino solamente sí.