La última es la carta de una cincuentena de teólogos y académicos acusando al Papa Francisco de propagar herejías. Antes hubo unos cardenales que le plantearon dudas públicamente exigiendo que les contestara. Ciertamente Francisco no entra en el trapo de disputas teológicas usando el Evangelio o el código de derecho canónico como armas arrojadizas. Pero los fariseos de hoy le exigen que responda con recetas claras y distintas a problemas morales de manual. Y quieren que se pronuncia rápido porque si no habrá un cisma.
Pero no solo al Papa se le exige su postura, clara y contundente. A los que no pintamos nada también se nos pide, se nos exige que nos posicionemos. “¿Qué piensas de…” Pero no nos dejan que digamos que las cuestiones son complejas: Hay que decir sí o no; a favor o en contra. Quizá últimamente os hayan preguntado qué pensáis esta invasión de migrantes (en realidad son un porcentaje ridículo comparado con la población europea) que vivimos en Europa y que ponen en riesgo nuestro bienestar, nuestros valores. ¿A favor, o en contra? No te dejan ni terminar una frase: “Sí, pobrecitos, pero ¿dónde los vamos a meter? ¿Por qué no te los llevas a tu casa?” O el tema ineludible estas semanas en España: sobre Cataluña ¿qué dices?
Están molestos los ortodoxos porque el Papa no contesta a sus dubia, pero sí lo hace. Cada vez que llama por teléfono a una mujer abandonada que quiere rehacer su vida está respondiendo. Cada jueves santo al lavar los pies a una refugiada responde. Al confesar a una persona transexual y hacer lo posible para que sienta el amor un Dios que nos crea diversos responde. Cuando dice en voz alta “vergüenza” sobre la actitud de Europa. El Papa responde a sus cuestiones, pero el que no se quiere enterar no se entera.