Estos días (¿y cuándo no?), las redes sociales arden sobre todos los temas posibles: celibato sacerdotal, el papel de la mujer en la Iglesia (y la Revuelta de Mujeres, que reivindica estar en pie de igualdad con los hombres), o la eutanasia. Hay una respuesta muy habitual cuando comienza el diálogo: «Esto lo dice la Iglesia» o «esto lo pone en este u otro documento». Y ahí se supone que ha de terminar la conversación, como si el mero hecho de dialogar con otras aproximaciones ya fuera traición.

Hay muchas personas que no quieren dar pie a la reflexión profunda. Una reflexión que, claro, tiene que nacer de un estudio, de la lectura, del conocimiento de las posiciones de personas que, efectivamente, sí saben más que uno. Todo regado de una posición de lealtad crítica. Lo contrario es barbarie y partidismo. Eso sí, la sospecha sobre las reflexiones personales, la lealtad sin criterio  propio, la referencia a la autoridad y los documentos, y la llamada al silencio, parece que solo aplica cuando los documentos satisfacen a quien exige dicha lealtad. Por eso, hay quien, por ejemplo, a Francisco lo considera papa o demonio a conveniencia, y exige adhesión a sus palabras o prescinde de ellas con bastante volatilidad.

Pienso esto tras ver las primeras reacciones ante la exhortación postsinodal sobre el Sínodo de la Amazonía. Desde hace semanas estamos escuchando acusaciones a Francisco de masón, de tramposo, de anticatólico, de antipapa… todo esto sin saber muy bien de qué va la cosa o de si hay algo que criticar.

Pues ya ha salido. Y, al parecer, a falta de una lectura profunda y seria, la cabeza de Roma se centra en lo que ya algunos agentes del Sínodo advertían: «lo que se ha hablado en el Sínodo no tiene que ver con lo que ha dicho la prensa que se ha hablado en el Sínodo». Es decir, Francisco no ha querido hablar de la ordenación de hombres casados o del tema de las diaconisas. Ha argumentado que no es lo que pide el Espíritu. Y eso no significa que «tema zanjado», sino que considera –por la razón que sea– que no es el momento. Pues perfecto.

Pues, ¡bendita casualidad! De repente el papa ya no es más el culpable de todos los males de la Iglesia, plegado al ‘modernismo’ o a ‘las tesis protestantes’. Como por arte de magia, en 24 horas ha vuelto a ser el Pastor de la Iglesia, al escuchante del Espíritu, etc. ¡Volvemos a tener papa!

Es un hecho que hay sectores de nuestra Iglesia que utilizan cada gesto del papa para atacarle o reforzarse según la situación. Hay quien utiliza la autoridad del papa y de la Iglesia solo cuando le viene bien o le da la razón. Y da pena, la verdad.
Por mi parte, me meto a la lectura en profundidad de la exhortación, porque quiero saber cómo afrontar ciertos problemas. Con la misma posición que antes: ser crítico, respetuoso y, sobre todo, leal a esta Iglesia y a su cabeza. Y que siga el diálogo, que esto no ha hecho más que empezar.

 

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