El nuevo cauce del Turia, construido tras la riada que arrasó València en 1957, marca el límite entre una ciudad en shock y los pueblos del sur, devastados por las lluvias brutales de 2024. Las fotos aéreas revelan una frontera entre la capital –seca, limpia, como si nada hubiera ocurrido– y los municipios sepultados bajo montañas de escombros y un paisaje distópico pintado con el marrón del fango. Como en aquellas viejas historias de los abuelos.
Las fronteras son, precisamente, el lugar donde evidenciar que “en todo amar y servir” no es un mantra vacío. Que cuando se nos interpela a ser “hombres y mujeres para los demás”, es necesario que alguien responda y estreche la mano tendida. Si las palabras no se sustentan con hechos, se quedan en solo eso: palabras…
Conscientes de la frontera, con miles de personas intentando sobrevivir al drama y a la sensación de abandono, nuestro alumnado ha respondido y se ha puesto en acción. Se necesitaban manos. Muchas manos. Y se sintieron llamados. A las pocas horas del desastre, el boca a boca se tradujo en una marea humana dispuesta a empaquetar y cargar garrafas de agua, cartones de leche, conservas, pañales, herramientas, mascarillas…. Algunos, incluso, se calzaron las botas y se fusionaron con la muchedumbre que lleva días enteros cruzando a pie un lodazal kilométrico para transportar provisiones y ayudar a reconstruir vidas.
Los jóvenes, tantas veces tildados de “generación de cristal”, acusados de no tener más inquietud que los vídeos de TikTok y criticados bajo el prisma etéreo y banal de una supuesta “cultura del esfuerzo”, nos han dado una lección de consciencia, de compasión, de competencia y de compromiso. Cuando se les ha necesitado, han acudido. Caminando de un lado a otro de la frontera del Turia con una pala al hombro, entre casas destruidas y coches desguazados, o colaborando con su escuela, preparando cajas y cargando camiones. Más en los hechos que en las palabras. Manos jóvenes e incansables que nos obligan, a pesar del dolor por las víctimas, a pronunciar de todo corazón, y sobre todo, la palabra esencial de nuestro vocabulario: gracias.