Se ha montado todo un escándalo en Francia al saberse que existen cenas clandestinas en restaurantes selectos para gente pudiente. La cosa, si es cierta, viene a ser algo así como un viaje al mundo de ayer, el de antes de la pandemia, en entornos de lujo, sin mascarillas, sin medidas, sin restricciones… eso sí, para bolsillos muy pudientes, pues alguno de los menús llega a costar 490 euros por comensal. El restaurador que lo ha revelado –aunque se ha querido retractar después, asustado por la repercusión– llegó a afirmar que incluso algún ministro del gobierno francés se ha dado un homenaje gourmet.

Ya veremos en qué queda la investigación.

Lo que parece que se ha desatado es una ola de indignación con ecos de revolución francesa, y si no se reclama la guillotina para esta nueva aristocracia poco debe faltar.

En realidad, la historia es curiosa, pero no nueva. Y aunque es exclusiva por lo excluyente de las tarifas, no es exclusiva en cuanto que solo suceda en esos ámbitos. Ocurre exactamente lo mismo con los botellones de fin de semana, con las quedadas prohibidas, con los viajes descontrolados o con las concentraciones sin medidas. Lo que quizás hace más jugoso este relato son los detalles exquisitos y la imagen de esa alta burguesía decadente. Pero la realidad es que hay versiones negacionistas para todos los bolsillos. El rico lo hace a 490 euros el cubierto, y el pobre a precio de tetrabrik. No cabe duda de que la desigualdad abismal está mal (con o sin pandemia), y estos excesos solo lo corroboran. Pero también está mal la irresponsabilidad, con o sin visa oro.

Al final, ahora, cuando llevamos tanto tiempo de restricciones –y ante el desastre que está siendo la campaña de vacunación, en Francia y en la piel de toro– es comprensible el hartazgo. Se entiende el hastío, las ganas de tirar por la calle del medio y la tentación de empezar a hacer lo que esperamos que algún día vuelva a ser normal. Pero que sea normal no quiere decir que ahora sea justificable. Seguimos en una época en que las decisiones personales son prueba de calidad moral y dignidad humana. Y en que el empeño por el bien común requiere de convicciones y sacrificios personales. Es bueno no olvidarlo.

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