Acaba de volver a las pistas de tenis Rafa Nadal, tras ocho meses retirado de los circuitos por una lesión. Vuelve la avidez, la cobertura mediática, y también la expectación: estamos acostumbrados a verle ganar, y por eso esperamos, de nuevo, triunfo, épica, tardes de gloria, golpes mágicos y mordiscos ganadores a los trofeos recién conquistados.
Pero la realidad tiene otra cara. Otra cara en este mundo del deporte de élite. La frustración cuando el cuerpo falla, o se resiente del esfuerzo sostenido durante años. La lenta recuperación, que hace que no sea tan sencillo llegar y ganar. Rafa, posiblemente, tendrá que ir de menos a más. ¿Volverá a lo más alto? Quién sabe. Pero no es lo más importante. Muchos, como él, lo intentan y no llegan nunca. Él ha probado la gloria deportiva con un palmarés a la altura de pocos. Pero ahí sigue. Entrenando de nuevo. Horas de ejercicio. Partidos que habrán de irle entonando. Declaraciones a la prensa siempre correctas, siempre nobles, siempre mostrando serenidad, sensatez y consciencia de que lo suyo es un privilegio. Compitiendo contra los más grandes, contra su propia leyenda, contra el final que, inexorablemente, habrá de llegarle.
Coincide ese retorno a las canchas de tenis con el juicio a Eufemiano Fuentes y su tropa por toda la cuestión del dopaje. Una lógica frente a otra. El esfuerzo frente a los atajos. La justa competición frente a la trampa. La limpieza frente a la mugre. La vida misma, que nos pone, una y otra vez, en encrucijadas en las que hemos de tomar decisiones, elegimos el camino que queremos recorrer y apostamos por ello. Ojalá no nos falten nunca modelos para elegir la senda de la honradez, el esfuerzo y la entrega.