Que el presidente de una de las mayores potencias mundiales defraude al fisco de manera sistemática durante años, es un titular tan impactante que cuesta asimilarlo de una vez. Teniendo en cuenta la orientación política y la simpatía o empatía de cada uno, además de impactante, la noticia parecerá sospechosa. Y leída en el contexto actual de flujo de información constante a través de redes sociales y medios informales, puede fácilmente parecer falsa.
Por eso, más allá de la gravedad de los hechos y sin restarle un ápice de relevancia, esta publicación bien merece una mirada más profunda, no del contenido, sino de la forma.
Porque para sacar esta noticia, un equipo de periodistas ha trabajado un año entero a tiempo completo, investigando, descartando y confirmando información. Un recordatorio o una muestra de lo esencial que es recuperar el ejercicio de pesquisa y contraste en tiempos de palabras volátiles, cuando cuesta distinguir entre fake news, bulos, campañas o verdades; cuando ya no nos sorprenden la corrupción mediática, la compra de seguidores o los intereses ocultos –y no tan ocultos–, y cuando parece que cualquiera tiene legitimidad para decir cualquier cosa y público para acogerlo.
El esfuerzo del equipo del New York Times es una reivindicación de la importancia de la calidad de la información, del compromiso con el lector y del periodismo real, cuya finalidad primera y última es la de informar. Pero, sobre todo, es una reivindicación de la trascendencia que aún tiene la verdad. No la nuestra, sino la objetiva, con todas sus consecuencias. Y no solo en los medios, sino en todos los ámbitos en los que nos relacionamos. Un significativo recordatorio de la fuerza de lo real. Y de nuestra responsabilidad, en los actuales contextos líquidos, de buscar y defender lo veraz, lo auténtico.