Esta semana, en España los principales partidos políticos han pactado el regreso de la filosofía a nuestras aulas. Una noticia que sorprende porque ha logrado poner de acuerdo a la mayoría de nuestros políticos –algo que creíamos cuanto menos imposible– y reincorpora una disciplina tan importante para unos y tan insignificante para otros. Ojalá convertir esta decisión en algo firme sea rápido y concreto.

La educación bien entendida tiene como objetivo formar a las personas –que no es lo mismo que ciudadanos– del futuro. Reforma tras reforma educativa –por no decir volantazo tras volantazo–, hemos comprobado qué prioriza nuestro sistema educativo. Un utilitarismo que solo tiene como criterio la practicidad de las asignaturas. Por no hablar del empirismo que se ciñe sólo a lo objetivable y, por supuesto, el desarrollo de todas las materias que permitan agilizar y potenciar el mercado laboral.

De alguna forma las ciencias humanas que en su tiempo fundamentaron los planes de estudios han sido tildadas de inútiles y susceptibles de manipulación. Sin quererlo, las hemos ido reduciendo a valores transversales como la justicia, la tolerancia, la libertad o la igualdad entre otros que, aun siendo imprescindibles, no logran dar respuestas a las inquietudes más profundas. Valores que son necesarios pero que no sabemos muy bien dónde se fundamentan y cómo desarrollarlos.

Los valores, si no están bien enraizados, pueden quedarse en eslóganes manidos o, peor aún, susceptibles de ser tergiversados en función de quién los proclame. El mundo cada vez está más roto y necesitamos gente y estructuras sólidas que no caigan con cada vendaval con forma de crisis, moda, populismo o posverdad. Debemos ser lo suficientemente ambiciosos para pasar del valor a la verdad honda que nos dé la solidez donde poder arraigarnos. Pero para comenzar a excavar hasta lo profundo es necesario plantearse muchas preguntas: esta es la misión de la filosofía.

Hay un dicho que afirma que no hay peor barco que el que no sabe a qué puerto va. Ojalá la filosofía vuelva a rescatar nuestro sentido crítico y el gusto por la verdad, capaz de hacernos distinguir lo auténtico de lo aparente, el bien del mal y de cuestionarnos constantemente quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos.

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