A lo largo de los últimos meses, en muchos de los colegios de España se está viviendo una situación de alarma provocada por la baja tasa de natalidad de nuestro país. Y es que, como consecuencia de la falta de alumnado, es muy posible que muchos colegios (fundamentalmente concertados) pierdan una o varias líneas, con el consiguiente problema de reducción de personal que esto conlleva.
En muchos de estos colegios se ha comenzado una campaña de defensa de la educación concertada. Y así, se vive una especie de «pelea por el niño», o quizá más bien por la familia, para intentar que los pocos que hay, elijan tal y cual centro educativo, impidiendo así la pérdida de alguna línea. Ahora bien, cabría preguntarse si se trata de una defensa de la educación concertada (con sus idearios y valores), o más bien del propio puesto de trabajo o de la pervivencia de una institución para evitar una situación desagradable.
Con todo, creo que esta pelea por el niño es en realidad la punta del iceberg de un problema mucho mayor. O pan para hoy y hambre para mañana, si se prefiere. Porque estos niños que hoy son tan pocos, crecerán. Y entonces serán pocos los adolescentes, los jóvenes y los adultos, y nuestra sociedad no tendrá reemplazo. Un problema éste de amplias consecuencias, y no hablo sólo del plano económico, sino de una dimensión mucho más profunda.
Pero el problema de la natalidad no se soluciona con la pelea por el niño. Sino que más bien pasa por la creación de una cultura que haga de los hijos y de la familia algo no solo deseable, sino también sostenible. No se trata sólo de dar ayudas, sino más bien de crear un ambiente en el que tener hijos y criarlos con tiempo, espacio y disfrute, sea algo accesible y disfrutable para todo el mundo.