En los últimos días estamos viviendo en España un acalorado debate en torno a la educación. Todos hemos oído hablar de temas como la libertad de los padres para escoger el tipo de educación de sus hijos. Hemos podido escuchar argumentos que defienden acaloradamente de quien es verdaderamente la propiedad de los hijos (de un lado y de otro). Hemos visto plantear la salida de la religión católica de la escuela, y también la posibilidad de que los padres autoricen o no todas aquellas actividades que crean convenientes y formativas para sus hijos.
Viendo todo esto, no puedo evitar imaginarme un rótulo como esos que salen en series y películas que dice «mientras tanto en las aulas…». Y es que, mientras en el Congreso se habla acaloradamente, la realidad es que el sistema educativo español sigue estando lleno de debilidades y desigualdades (por mucho que los informes y premios traten de convencernos de lo contrario). Profesores estresados y agobiados por tener que llevar a cabo un excesivo trabajo burocrático que hace que no puedan dedicar el tiempo que quisieran a la preparación de sus clase y a la corrección. Alumnos desmotivados, blanditos o desbocados que, refugiándose en un discurso que escuchan en los medios, en realidad defienden la ley del mínimo esfuerzo (la de la adolescencia de toda la vida). Padres cristianos que querrían proporcionar una educación católica a sus hijos pero no pueden porque el colegio religioso en el que ellos estudiaron no les corresponde por zona. Padres ateos que eligen colegios cristianos para sus hijos, porque les gusta la preparación que se les da, pero que proponen una especie de ‘pin religioso’ por el que no autorizan a que sus hijos vayan a misas y actividades de pastoral dentro del horario escolar…
Y es que urge más que nunca una reforma educativa y pedagógica que verdaderamente garantice la libertad y la igualdad de oportunidades para todos. Pero, como sabemos que esto es muy complicado, y que, en estos momentos nadie tiene la mayoría para hacerlo, parece que lo mejor es seguir haciendo el paripé de discutir y discutir, jugando una especie de partido de ping-pong, que saca lo peor de todos y nos divide.