Hace semanas salían los datos de la natalidad en España, la peor en los últimos ocho años –y gracias a la inmigración que mejora las cifras, dicho sea de paso–. Y pasarán elecciones, una tras otra, y el problema de la natalidad no será abordado. Esa es la mirada a largo plazo de nuestros políticos, y es la mirada a largo plazo de parte de nuestra sociedad, al menos en España.

No se trata de atacar a las personas que no tienen hijos –donde yo me incluyo–, más bien de cuestionar un modo de vivir que deja pueblos vacíos, colegios cerrados y parques con más perros que niños. ¡No podremos decir que nos pilla desprevenidos! ¡Estos sí son problemas de verdad!

Sin embargo, aquí puede haber una trampa, como siempre: culpar sólo a los políticos por las dificultades laborales, la falta de políticas eficaces, la conciliación, el precio de la vivienda… Todo es cierto y todo es legítimo, no lo podemos negar. No es fácil traer hijos al mundo y, por supuesto, criarlos. Sería cínico obviarlo.

Pero quizás, deberíamos darnos cuenta de que el problema es más profundo y aún más grave de lo que parece, por eso precisamente no se habla como sociedad, en lo colectivo y en lo personal. La cultura del ocio –y del negocio– ha creado un ambiente de egoísmo donde da pereza crear vida, donde no vende renunciar, sacrificarse y comprometerse en proyectos, donde buscamos condiciones idílicas –y bastante irreales– y donde se prefiere vivir bien y pasarlo mejor que traer niños a este mundo. En contraposición se alarga la adolescencia y se disparan las mascotas, los viajes y los festivales -entre una amplia gama de ofertas tan cómodas como placenteras-. Con un egoísmo camuflado, por «disfrutar de la vida» nos podemos olvidar de vivir en serio. Así de simple y así de triste.

Es cierto que comparar es arriesgado, pero para la generación de nuestros padres -por no hablar de nuestros abuelos, y sin olvidarnos de lo que ocurre en otras culturas- las dificultades eran mucho mayores, y no por ello se renunciaba a crear vida y a soñar una gran familia. La pregunta es: ¿qué pasa en el corazón de tantas personas para renunciar a crear vida? ¿Cada vez hay menos corazones generosos en este lado del mundo? ¿En qué momento hemos confundido disfrutar de la vida con hacernos más egoístas? ¿Qué hemos hecho? ¿O, peor aún, qué diablos hemos dejado de hacer?

 

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