Yo no lo recuerdo. En 1997 era demasiado niño. No recuerdo el secuestro, ni la tensión de la espera, ni el horror colectivo, ni la indignación o el «espíritu de Ermua». Solo recuerdo lo que otros me han contado.

En esta semana se han cumplido 20 años desde el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Reconozco que he seguido con atención los especiales que los medios han ido publicando, sobre todo los que remitían a cómo se informó en aquellos días, noticias, reportajes, vídeos… Y no por un interés morboso, sino porque como quizás te pase a ti, yo apenas tengo recuerdo de aquellos días, era demasiado pequeño. Y es que, aunque para muchos aún sea un recuerdo fresco, importante, de esos que sabes exactamente dónde estabas, con quién y qué estabas haciendo, para los que somos más jóvenes es un recuerdo construido luego, con los especiales de los aniversarios, lo que cuentan nuestros padres… más que con lo que vivimos en primera persona.

Es por eso por lo que me siento sobrecogido tras haber visto estos días imágenes de las manifestaciones que se sucedieron esos días, la unidad que se vivió como sociedad, la (casi) unánime respuesta de políticos, sociedad, medios… Quizás porque ahora mismo pareciera que estamos en el otro extremo y vivimos inmersos en la división, la confrontación. No puedo dejar de mirar esos días sin preguntarme qué pasaría hoy en día, si seguimos siendo una sociedad lo bastante fuerte como para poder dar una respuesta juntos a los problemas graves que nos puedan acechar.

Llenar las calles no es tan difícil. Casi cualquier victoria en un campeonato deportivo de suficiente entidad puede conseguirlo. La cuestión no está en el número, si no en qué es capaz de convocarnos unánimemente. Tras veinte años desde aquella enorme respuesta de repulsa a la barbarie, sería un buen ejercicio que nos preguntáramos, especialmente los que no vivimos aquello, por qué nos manifestaríamos nosotros, qué nos haría lanzarnos a la calle sin pensarlo. Qué es lo que nos convoca, qué es lo que nos uniría a todos por igual, sin importar ideas, sexo, edad… También podemos preguntarnos sobre aquello que nos deja sentados en el sofá, las causas que sólo merecen nuestros tuits y nada más, o lo que nos lanza a la calle para ahondar en la división y demostrar un enfrentamiento. En definitiva, ser conscientes de qué es capaz de movilizarnos para construir, y qué no.

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