Hace una semana, al publicarse las primeras noticias del atentado en las Ramblas, mi primera reacción fue señalar que antes de largas declaraciones mejor sería reflexionar. Casi acto seguido, convertí la tormenta que se despertaba dentro en una oración por Barcelona. Y a partir de ahí seguí escuchando, reflexionando, rezando, tratando de entender qué nos está pasando. Debo confesar que la semana ha sido descorazonadora. Polémicas sobre bolardos y sobre atribuciones. Declaraciones que más parecen destinadas a cargar la responsabilidad a los rivales políticos que a buscar respuestas profundas a lo ocurrido y al porqué. Publicaciones incendiarias en redes de muchas personas que, unos fuertemente ideologizados y otros asustados por el presente, abrazan el discurso del miedo al musulmán, el rechazo y la división del mundo entre «nosotros» y «ellos». Los que en su interior ya han aceptado que el camino es la guerra acusan de buenistas o ingenuos a quien no lo vemos así, aunque tampoco ellos hacen otra cosa que opinar en las redes (y casi mejor así). Homilías desquiciadas. Declaraciones hirientes. Tertulias a machetazos. Y por debajo, tímidamente, se intentan hacer oír los que condenan el terrorismo (también entre ellos muchos musulmanes; pero siempre hay quien les pone un pero).

Solo hoy he encontrado la palabra, al ver esta foto. Xavi tenía 3 años cuando falleció atropellado en las Ramblas. Hoy sus padres han querido hacer un gesto que debería avergonzar a todos los que intentan sacar rentas ideológicas de lo ocurrido. Se han fundido en un emocional abrazo con el imán suplente de Rubí, población donde reside la familia. Y en ese gesto, humano, generoso, para muchos imposible, de puro dolor, la grandeza humana brilla con una luz mil veces mayor que la del odio y la barbarie. La capacidad de decir «no» a quien quiere enfrentar a grupos enteros. La capacidad de no estigmatizar a un pueblo entero por la locura desquiciada de algunos de sus hijos perdidos. Y, sobre todo, la capacidad de elegir la paz y no el odio como camino, ese es, quizás el último y mayor gesto de amor que sus padres han ofrecido a Xavi –y con él a nosotros– para que descanse en paz. Amén.

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