Dice un viejo refrán alemán que cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto. Vergüenza y respeto son precisamente a día de hoy valores en clara decadencia. Frente a ellos la libertad de expresión se ha erguido como el «todo vale» para decir lo que uno quiera sin que en nada importen las consecuencias. Igual aquel «ha sido sin querer» que decía el niño de turno cuando de un pelotazo rompía las gafas del abuelo o el jarrón del salón. Ea, ha sido sin querer. Todo arreglado.

Que vivimos en un estado de permanente campaña electoral no es algo nuevo. Los políticos tienen que ser cada vez más ocurrentes e ingeniosos para decir algo que llame la atención con la promesa electoral más impactante o la declaración más rompedora. El problema es que los que están permanentemente llamando la atención terminan metiendo la pata ofendiendo a alguien y pareciendo, básicamente, un imbécil.

Estos días, la fachada de un edificio del centro de Madrid ha amanecido cubierta por una enorme lona. En ella un partido político que concurre a las elecciones municipales pide el voto con una expresión vulgar y ofensiva para los católicos. No vamos a debatir sobre el gasto económico de gigantesco cartelón –pagado, como el resto de la campaña, con dinero público–. Tampoco hablaremos de la estrategia tan pueril de reclamar la atención o de lo soez de la expresión. Aquí lo dramático es que hemos convertido la política en una guerra donde da igual reírte y hacer mofa de las creencias y valores de buena parte de la población. La base de una democracia es la dignidad de todos los ciudadanos y eso pasa por entender que el respeto es algo tan importante como el derecho a expresarse libremente.

No pronosticaré el resultado de las elecciones del próximo 28 de mayo. Lo que sí espero que  durante la próxima legislatura los políticos antes de hablar se acuerden de aquello de «al prójimo como a ti mismo». Con lona o sin ella.

 

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