Como ocurre en tantas ocasiones, la actualidad deportiva está condicionada por las noticias extradeportivas, esas que amarillean el fútbol y sirven para distraer a los espectadores y tapar otros problemas mayores de los que conviene hablar alto y claro. Uno de ellos, es el caso del puñetazo propiciado por Fede Valverde al jugador del Villarreal Álex Baena a la salida del estadio hace varios días.

Conviene reconocer que este caso, como cualquier acto de violencia, es tan execrable como injustificado, y que por mucho que se diga es imposible defender al jugador uruguayo y que se ha de condenar enérgicamente. Sin embargo, mucha gente se ha mostrado comprensiva –por no decir empática, como está de moda decir ahora– cuando ha escuchado los motivos de fondo, donde supuestamente hace unos meses el agredido hacía unos comentarios francamente desafortunados e insultantes en un momento de dolor y dificultad familiar.

Y es aquí donde se muestra un problema bastante habitual: confundir la explicación con la justificación. Entender los problemas nos acerca a la persona, a sus sentimientos y a sus razones –es algo bueno–, pero estas impresiones no pueden justificar los actos. El mal sigue estando mal, se comprendan o no los motivos –aunque puede agravar o atenuar si hay o no una provocación–. La explicación de un problema nos humaniza y nos recuerda que podríamos haber sido nosotros y que quizás uno no es tan malo como demuestran sus actos, pero eso no significa que las razones se conviertan en razones buenas. Desde la explicación podemos casi comprender todo, desde la justificación sencillamente no vale todo.

 

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