Me resisto a acoger aquello que no tiene mi nombre. Me niego a apropiarme lo que no me señala como destinatario. No asumo lo que no me alude de manera particular. Un mensaje que pretende lo particular, pero ha sido creado para todos es algo genérico, y una producción sin destinatario es insípida.
Suelo recibir en mis redes sociales varias ‘producciones genéricas’ (posts, vídeos, frases, cadenas, etc.) que vienen cargadas de intención particular: «Buenos días», «Felicidades», «Te quiero», «Dios te bendiga», «¡Feliz año!»… pero han sido construidas para la generalidad y enviados a todos, a listas de contacto. Confieso que estos mensajes me resultan sin sabor, insípidos y, honestamente, no los agradezco.
Pensé mucho en escribir esto, pues temo sonar ofensivo con gente a la que estimo y quiero, pero creo que muchos compartimos este desencanto de ser convertidos en destinatario genérico, en perder el derecho a ser llamados por nuestro nombre y a ser aludidos como sujeto.
Hay mensajes, como este y otros tantos, que son creados visualizando como destinatario a muchos, y este ‘muchos’ es el sujeto. Llevan en su intención la certeza de un impacto en ‘algunos’. En este tipo de producciones pretendemos compartir una idea, una reflexión, algunas veces también un sentimiento. Pretendemos entablar un diálogo, una discusión, un intercambio de ideas, pero finalmente sabemos que son mensajes dentro de botellas tiradas al mar. Cualquier respuesta será una sorpresa que surja de este deseo genérico.
La nuevas tecnologías de la comunicación nos han colocado ante un universo ampliado de relaciones. Podemos sentirnos demandados de atender a todos, de abarcar todo, y caemos en la tentación de lo ‘genérico’, de lo impersonal. Por otra parte, todos tenemos la necesidad de ser nombrados, de ser atendidos y llamados por nuestro nombre, de ser aludidos de manera personal. Qué sensación placentera da leer nuestro nombre, o encontrar entre líneas códigos únicos de la relación que tenemos con el emisario de la comunicación.
Me surge la idea de decir a mis contactos: amigas, amigos, les libero del imperativo de atenderme con ritmo y prontitud, y con ello ¡Renuncio a ser genérico! Me coloco en la lista de espera de su tiempo. Sabré esperar el mensaje particular, el mensaje cómplice, el mensaje lleno de sabor y de sentido que me quieran enviar cuando puedan, cuando quieran, cuando lo necesiten; o quizás, cuando se den cuenta que yo lo necesito. Bienvenidos los mensajes sin grandes producciones, sin muchos colores, sin despliegues cibernéticos. Basta un «Hola», seguido por mi nombre. Con esto sentiré el deseo de detenerme y saborear lo que me ha sido compartido y que ahora es mío. Surgirá entonces el deseo de comprometerme con ello.